Remolinos salados y negros
inundan el océano.
Te engullen, arrastran
al fondo oscuro.
¿Dónde está tu barca?
No te veo.
Rema.
Te ayudaré a escapar de la corriente.
Pero rema.
Sal del remolino.
Prométeme
que cuando regreses
a aguas serenas,
me ayudarás a salir del mío.
This is not your home. Not anymore. ”Anger”, by Alsath
Cargo marañas
que hacen añicos
las muelas
de tanto apretar.
Barrotes de abrazos,
de ojos brillantes,
de miradas implorantes,
tiene mi bozal.
Estállame el pecho.
Rómpeme el silencio.
Ya ni grito, ni lloro.
Exploto por dentro.
Camina...
por el hilo de coser.
No puedes prometer
la solidez,
ni no volver
a caer.
Rompe. Corrompe.
Contorsiona el aire.
Anula el momento resultante
de mi vida
más la vuestra.
Temer a mecer...
y casi sin querer
el equilibrio
perder.
La lluvia y la niebla mojan el campo
que ayer fue verde.
Marrón y ocre se pinta.
Setas y lombrices aparecen.
Se alimentan
de lo que ayer fue verde.
Camino entre hierbajos y retamas.
Mis pasos revientan las gotas,
revientan el silencio y la calma.
El agua cruje,
mientras resbala
en lo que ayer fue verde.
El agua y el silencio
tienen forma de secretos.
Secretos que huelen a frío,
que traen el miedo.
Secretos gris niebla, crecen
en lo que ayer fue verde.
Deja la puerta abierta.
Sal, y déjala abierta.
Túmbate al sol, que te vea.
Y luego corre, haz, golpea.
Yo esperaré, quieta y tranquila.
Esperaré a la expectativa.
Esperaré a que soples al viento
y me hinche las velas de vuelo.
Nádame mañana los mares escondidos. Navega en mi oleaje, arrincona mis tormentas. Olvida los mapas, marinero. ¡Ay! ¡sacia mi sed salina! Seamos esclavos del viento.
Desata mi voz el nudo de la tristeza
que aprieta deteniendo el río.
El puente que lo cruza está roto y frío
y las aguas no penetran.
No puedo nadar, el miedo paraliza.
En esta ribera el suelo arde,
mas no veo qué ocurre en el otro margen.
Quedaré callada en esta orilla.
Leo
la laguna que lentamente lame
este lugar. Quietas sus aguas. Las olas
no llegan.
Irrito el pentagrama con rabiosas
vorágines anárquicas. Saturo con marcas indescifrables. No hay patrones.
Lee.
Entró cierto día
un elefante
en una cacharrería.
Pero,
inexplicablemente,
nada rompió.
Pues los cacharros
que allí había
no estaban colocados
en próximas estanterías,
ni eran de barro, ni de cristal,
ni delicados, o de metal.
Había en ese espacio
artefactos consistentes,
compactos, densos
y toneládicos,
aferrados con ventosas
a los límites del receptáculo.
“Qué extraño, no era así la historia
que tenía en mi memoria”,
el elefante pensó.
Y sin buscar más explicación,
su culo gordo encogió
y por la puerta se marchó.
Tos. El polvo
inunda los ojos
y la respiración.
Destrucción.
Caen rocas
alrededor,
salpican metralla
y mientras todo estalla
un pitido
tiñe de gris
los oídos.
Paralelas se pintaban,
aunque en cierta ocasión
una miro a la otra
de refilón
y, casi sin quererlo,
un vértice encontró.
Un ángulo agudo formaron
y discurrieron por el plano,
cada una zigzagueando,
pero manteniendo
esa tendencia
a ampliar la diferencia.
Y ahora, con atención,
la otra mira a la una,
y gira, la persigue y corre...
“No me sigas”, dice una,
Y contesta la otra,
“Donde vayas iré yo”.