
La hallé oscura, la hallé en ese sombrío silencio, donde lo que veía, lo veía sola. Ella, mi compañera encerrada en un inmenso eco desierto, y yo, sin ese cuerpo sólido y pertrechado, abandonada al vacío escondido tras mis párpados. Solas, las dos. Le dije que cerrase la puerta, le dije que estaríamos bien. Le dije que estuve muerta, y aún así me levanté otra vez. Le narré todo, todas las caídas sometida a la censura, todas las ridículas búsquedas de afecto. Y las melodías de mis palabras alimentaron el eco. Ella, mi compañera, me recordó quien soy. Cierra la puerta -me dijo- te entiendo bien. Cierra la puerta -me dijo- no salgas más. Cerré. Y en ese lugar oscuro, en medio de ese sombrío silencio, nos quedamos las dos, encerradas, en el inmenso eco desierto.